«De los problemas, se aprende. De los dramas no»
Hay personas que viven su vida con tal intensidad que todo lo tienden a dramatizar. Gozan de la capacidad de experimentar una enorme felicidad cuando todo va bien y tienen la virtud de hallar belleza donde otras personas no ven. Si bien es cierto, cuando les toca lidiar con las sombras o las dificultades propias de la vida… se sienten desgarradas y se toman las circunstancias como verdaderos dramas.
Esta exaltación de lo que les sucede, no necesariamente se debe a lo que cualquiera podría concluir fácilmente: “quiere llamar la atención”. Lo cierto es que estas personas reaccionan de esta manera porque se sienten desprovistas de recursos para hacer frente a cuestiones que suponen destreza práctica y mente calma. Imaginan, pero no resuelven. Y si de imaginar se trata… se imaginan los peores escenarios y comienzan a sentir lástima de sí. La energía que deberían estar aprovechando para trasformar lo que no va bien, se les escabulle en alimentar emociones de tristeza, desamparo, impotencia y desesperación.
¡¡¿Porqué a mi?!!, “¡Todo me pasa a mí!”, “¡la vida no es justa conmigo!”, son frases típicas que exteriorizan buscando contención o guía. Y mientras se sientan víctimas, seguirán viendo a los demás vivir su vida como protagonistas y lamentándose de sí y de lo que deberían haber hecho distinto.
¿Cómo desdramatizar?
Puede que conozcas a alguien, todos tenemos un familiar, un amig@, que se toma todo demasiado trágicamente o puede que seas tu quien debería aprender a moderar tu intensidad. Aquí te dejo algunos consejos para aprender a domar tu emocionalidad:
Lo principal es reconocer que “no somos” nuestras emociones, sino que sentimos emociones y podemos dejar de sentirlas sino nos quedamos a vivir ahí.
Ayudarnos a no intensificar ciertas emociones negativas es una buena decisión. Si todo el tiempo hablamos sobre un tema que nos aflige, escuchamos canciones que nos recuerdan, miramos fotos … el asunto se hará más difícil.
Es bueno que sepas que las emociones generan adicción. Así es… una emoción determinada se corresponde con cierta química en el cuerpo. Cuando nos acostumbramos a la intensidad emocional, el cuerpo “necesita” ese frenesí para no sentirse extraño. Familiarizarnos con emociones distintas y de distinta magnitud, es de gran ayuda.
Aprender a “observar” lo que sentimos y pensamos sin dejarnos tragar por ello. Saber poner distancia entre la conciencia y los contenidos que hay en ella, se asemeja a saber diferenciar las nubes que pasan, del cielo que está detrás.
Conocerse lo suficiente como para saber re-conocer ese personaje dramático que cada tanto toma el mando y quiere apropiarse de todo el escenario. Convocar otras partes de nuestra personalidad que también nos habitan (la parte relajada, la parte sensata, la parte lógica) ayuda a no tomarnos tan en serio nuestros dramas y nuestras tragedias.
En lugar de reaccionar de inmediato, tomar como hábito, hacer una pausa, tomar aire, detenernos y reflexionar. Antes de dejarnos secuestrar por nuestras emociones, analizar, “mirar la foto entera” y luego decidir qué acción tomar o si es más inteligente dejar pasar.
«Elegir no intensificar el dolor y dejar de sentir lástima de sí, es un cambio de actitud que está en nuestras manos tomar y alivia nuestra vida, en medio de tanta tendencia a complejizar»
La clave de un buen equilibrio emocional no es sentir una cosa o dejar de sentir tal otra sino, saber identificar lo que sentimos, escuchar lo qué nos dice lo que sentimos, gestionar lo que sentimos y evaluar que acción necesitamos tomar para sentirnos mejor… Elegir no intensificar el dolor y dejar de sentir lástima de uno mismo, es un cambio de actitud que está en nuestras manos tomar y nos vuelve la vida más llevadera, en medio de tanta tendencia a complejizar.